miércoles, 27 de junio de 2012

Un reflejo


Fue la muerte lo que vi en sus ojos, la certeza del jamás volver.
Fue el temblor de sus pupilas y de sus brazos, aferrados a la última silla de la casa que sentiría su calor.
Fue su encierro, su silencio; la maldita costumbre de temerles a todos.
Fue la despedida incompleta, el gesto incomprensible y los secretos desprotegidos.
Fue la colección de tarjetas navideñas, el polvo y las mariposas inertes en el fondo del cajón.
Fue la mierda de los pájaros, los huesos del canario devorado y las moscas acechando las sobras del almuerzo.
Fueron los clavos atravesando sus dedos, las tardes enteras fundiéndose con la madera.
Fueron las casillas del crucigrama habitadas por azules caracteres y los periódicos apilados en orden cronológico, marcados con su firma y comentarios.
Fueron las noches en que, silente, tras la cortina, miraba el televisor, evitando que éste lo mirara a él.
Fueron los anhelos cautivos en las páginas de “Mecánica Popular”.
Fueron los remedios naturales transcritos con disciplina monástica.
Fueron los gritos contenidos y las lágrimas que nunca desbordaron su voluntad.
Fue su carne ausente y su angustia omnipresente.
Fue la perplejidad causada por un mundo amorfo y una luz cegadora.
Fue el ruido de un motor, que nacía frente a él.
Fue el abandono de su fortaleza, de su nido.
Fueron las sombras de dos ancianos que lo miraron partir y otra figura más que se hundía en la penumbra de su soledad.


Fue la muerte lo que vi en sus ojos… en sus ojos mi reflejo vi.

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