miércoles, 30 de septiembre de 2009

Un intercambio premeditado

Una de ellas, frágil y sentada en la mecedora; la otra, aún más frágil y suspendida en el aire. Una frente a otra, vulnerables y ligeras las dos, empapadas por la luz amarillosa de una hora temprana del día. Se observaban detenidamente, creían descifrar su reflejo en un ser distinto, en una forma distinta, pero su reflejo a fin de cuentas. Era un momento cristalino que no hubiera soportado el peso de otro intruso – él era el único –.

Allí estaban las dos, autoras y protagonistas de una imagen espontánea, de un recuerdo indestructible. Parecían tejer un pacto, pero no existían las palabras. Tan sólo se miraban. El aroma y el color de la escena comenzaron a embriagarlo, una suerte de letargo se apoderó de él, pero sólo momentáneamente, porque lo que ocurrió a continuación fue como una punzada directa en el centro de su pecho, sus pupilas dilatadas lo presenciaron todo. Más tarde esto fue lo que explicó al resto de la familia: “Estoy seguro de que ellas no sabían que las observaba y quizás por eso se decidieron a hacerlo. Era un intercambio premeditado: la mariposa ocupó un lugar sobre el brazo de la silla, y parecía quererse mecer. Mientras tanto, la abuela se levantó y salió volando hasta posarse sobre su flor favorita.”

sábado, 5 de septiembre de 2009

Notas informativas

Octubre 12/2107

Tras años de innumerables esfuerzos y complejas investigaciones, los laboratorios VIVIGI Inc. lograron desarrollar su primer prototipo de máquina del tiempo. El director del proyecto, Dr. Orestes Rod, entregó gran parte de su vida a este emprendimiento; en él invirtió horas y horas de trabajo, robadas de las de su sueño y su tranquilidad, desde la concepción del aparato hasta los últimos retoques dados al prototipo.

Casi cuatro décadas atrás, recién egresado de la Universidad, Rod presentó su idea a la compañía que por aquellos días se perfilaba como una de las líderes mundiales en inventiva: VIVIGI Inc. Los trabajos que ésta había realizado en el campo de la teletransportación le permitieron gozar de reconocimiento internacional; años más tarde, se encargaría de masificar este nuevo método de movilización, obteniendo millonarias ganancias. Teletransportarse en el espacio no se presentaba entonces como un problema, sin embargo, hacerlo en el tiempo resultaba demasiado complejo, incluso para los científicos más renombrados. Por tal motivo, al observar la coherencia y genialidad de las propuestas que en su momento presentó Orestes Rod, los directivos de la compañía decidieron apoyarlo y destinar fondos casi ilimitados para la ejecución de sus planes.

Crear la máquina del tiempo se había convertido en una obsesión para el doctor; sus equipos de trabajo rotaban constantemente mientras que él insistía en no abandonar por un solo momento su laboratorio, lugar en el que llevaba a cabo diversos experimentos y disertaciones acerca de áreas de la Física que resultan casi innominables.
El principal reto al que tuvo que enfrentarse fue la incertidumbre: cuando se trataba de teletransportarse en el espacio, siempre había una manera de regresar al lugar de partida, pues el desplazamiento se realizaba entre dos punto fijos, en este caso, entre dos cabinas diseñadas para tal fin; por otro lado, viajar en el tiempo implicaba llegar, tanto a un momento como a un lugar, en el que no había medios para regresar al punto inicial del recorrido.
La alternativa seleccionada fue a su vez la más predecible: hacer que la máquina del tiempo también formara parte del viaje, o en otras palabras, que el viajero la llevara consigo. El modelo desarrollado por el Dr. Rod fue un brazalete que a partir de impulsos eléctricos “leía” la mente del usuario, de tal manera podría transportarlo al momento exacto que estaba recordando o a la fecha que se aventurara a imaginar. Sin embargo, todas las aseveraciones realizadas por el doctor estaban basadas en simulaciones y en demostraciones teóricas, que por supuesto era necesario probar con hechos. Una vez terminado el prototipo, había llegado la hora de usar por primera vez en la Historia del Hombre la máquina del tiempo.

Estaba claro que el sujeto del experimento debía ser una persona, adulta preferiblemente, con plena conciencia de su pasado y con cierta idea de lo que podría ser el futuro. Así mismo, debería ser alguien dispuesto a arriesgar su propia vida, o por lo menos, la vida de la que gozaba en el presente. Sin pensarlo dos veces, Orestes Rod decidió que él sería esa persona.
Se hicieron los preparativos pertinentes y las verificaciones de último momento. El doctor se puso el brazalete, rodeado por su equipo y por casi toda la compañía VIVIGI. Observó sus rostros, algunos dubitativos, otros temerosos, ninguno sonriente. Activó el dispositivo y cerró sus ojos, evocando o imaginando algo. Al comienzo, nada ocurría; pero muy lentamente, los asistentes vieron cómo el cuerpo de Orestes Rod comenzó a desvanecerse, su contorno se desdibujaba en el aire, la expresión en su cara se hizo incomprensible, el sonido de su voz – que parecía decir algo – se ahogaba como si cayera hacia el interior de un profundo túnel. Finalmente, desapareció por completo.

Abril 28/2009

Trágica muerte en las vías del tren. El incidente fue protagonizado por un demente que decía haber viajado en el tiempo. Aferrado a un extraño brazalete y en medio de gritos de desesperación, atacó a los transeúntes del lugar, mientras profería frases ilógicas e inconsistentes. Según quienes lo escucharon, afirmó haber venido en la búsqueda de una mujer que lo había visitado en su laboratorio. Ella le había dicho que aquí y ahora la podría encontrar.