viernes, 7 de agosto de 2009

Al pasar La noche

No tengo ni idea de cuándo fue la última vez que estuve consciente, lúcido. Sólo recuerdo haber despertado hace unos momentos, tendido en el suelo y desnudo, tan desnudo como las paredes que atestiguaron el parto. Sí, me estoy enfrentando a un nuevo nacimiento, fui parido por la nada y arrojado a las baldosas frías de esta casona, baldosas ajedrezadas sobre las que abrí mis ojos al mundo por segunda vez. O quizás por tercera, o cuarta, no sé. Lo que sí sé es que no es la primera. Ya he existido por varios años, de eso estoy seguro. El problema es que no sé ni cuándo, ni dónde.

Una vez despierto, noté que yacía justo en el centro de lo que parecía ser uno de los cuartos de una casa antigua, un cuarto sumido en la penumbra. Percibí además una opresiva vaciedad extendida por todo el lugar: las paredes permanecían inmaculadas, no había ningún tipo de mobiliario, ni señales de vida, ni cosas, ni sonidos.
La luz del día se filtraba bajo la puerta. Me incorporé y la destrabé. Justo al frente había un pequeño patio interior lleno de materas que sólo contenían tierra seca y antigua. A lado y lado, entre el patio y la puerta que recién había abierto, se extendía un largo corredor. Instintivamente giré hacia mi derecha y avancé. Quería penetrar en la casa, tratar de entender dónde me encontraba y qué hacía allí, además, resultaba urgente encontrar algo de ropa para cubrirme.

A medida que avanzaba por el corredor seguía percibiendo esa atmósfera de cosa hueca y abandonada. No había ornamentación en ninguna de las estancias y cada nueva puerta que encontraba me ofrecía un espacio vacío e inerte. No tuve problemas para abrirlas todas, sin embargo, cuando llegué al final del corredor, una última puerta asegurada con un candado indicaba el final de mi camino. Tenía dos opciones, tratar de abrirla de algún modo y averiguar qué había al otro lado, o desandar mis pasos y dirigirme al extremo opuesto del corredor, donde pude ver que se encontraba la entrada principal de la casa, o en este caso, la posibilidad de escape más factible. Sin embargo, la idea de salir completamente desnudo a la calle me angustiaba, además, no tendría ningún sentido: los rumbos que pudiese tomar o las caras que pudiese encontrar resultarían tan extrañas y desconocidas como el interior de esta casa. Desesperado, fui presa de náuseas y escalofríos.

La sensación de malestar resultó ser más fuerte que yo. Fui derribado por su peso. Por eso estoy de nuevo tendido en el suelo. Observo a diestra y siniestra. El candado aquí. La puerta de salida allá; pero no veo ninguna sombra que pase frente a ella, ¿es que no hay nadie más en el mundo?, ¿acaso esta casa es todo mi mundo?, ¿por qué está deshabitada?

Las preguntas me abruman. Las baldosas parecen estar tibias. Siento sueño.