martes, 8 de mayo de 2012

Sobre plantas carnívoras


Les gusta devorar hombres.

Los atraen con narcóticos aromas que penetran sin pudor alguno las fosas nasales y derrumban, inmisericordes, la voluntad y la cordura de la presa. Con la ayuda del viento o apoyándose en sus raíces, estas plantas describen movimientos delicados y sensuales para llamar la atención del distraído individuo que se desplaza por pasillos, avenidas o caminos rurales. Crecen en todo tipo de ambientes y climas, incluso bajo condiciones difíciles, y por eso han desarrollado características distintas según la región en la que habitan. Sin embargo, en todas las variedades de la planta, las flores y las formas siguen patrones comunes.

Esas formas son curvas, impredecibles, juguetonas; además del aroma, la presa también se siente atraído por ellas. Las recorre despacio con la yema de sus dedos, y poco a poco empieza a perderse en las rutas dibujadas por los bucles que sobresalen del tallo y por las hojas. Lo hace una y otra vez, alternando los dedos, los labios y el rostro en aquel plácido viaje por la corporeidad de la planta. Luego imagina que yace desnudo sobre la suave textura que la envuelve, que toda ella le acaricia. Éxtasis, sopor. Es el momento justo para iniciar la ingesta. La planta se inclina sobre su víctima y cada una de las flores se expande para dejar al descubierto afilados y diminutos dientes que arrancan las ropas del desventurado. Lo acoge desnudo en su seno y sus débiles ramas ahora palpitan y se fortifican para consolarlo en un último abrazo.

Cubre a la víctima con su humedad y se dispone a devorarlo. Los jugos digestivos de la planta actúan de una manera particular, regulados por un sofisticado método: primero atraviesan el cráneo y consumen el cerebro de la víctima. Luego, atacan y destruyen sus carnes, sus vísceras; riñones, hígado, corazón. Para el final deja los ojos. Es un manjar irresistible. Sabe que fijan su mirada sobre ella, que están dentro de ella y le pertenecen. No los consume rápidamente, se creería incluso que preferiría evitarlo. Pero su instinto le dice que hay otros ojos allí afuera: algunos más claros, otros más oscuros, quizás se llegue a encontrar con unos de verdad profundos; y esta certeza primitiva le basta para saborear los que alberga en sus entrañas.

Al terminar su ritual, la planta expulsa los huesos de la presa en dirección a algún rincón cercano para que sean sepultados por la arena y el abandono.

Son plantas peligrosas como se ha podido observar. Siguen evolucionando y refinan cada vez más sus tácticas de caza y alimentación. Un último hallazgo sobre ellas resulta inquietante desde cualquier perspectiva. Se ha reportado que algunas de estas plantas carnívoras, en su afán por acelerar el proceso de sumisión de las presas comienzan a comprender su lenguaje e incluso a desarrollar una voz. Según el testimonio de un insólito sobreviviente, han aprendido a decir “Te quiero”.