jueves, 1 de septiembre de 2011

Una vez más

Discúlpame, pero olvidé lo que iba a decirte. Lo escribí en un papel arrugado que luego guardé en mi bolsillo. El bolsillo del mismo abrigo que se quemó mientras trataba de salvarte de las llamas, el que usé para arroparte mientras el calor y la luz se alimentaban de tus telas y de tu piel. Sé que era algo importante, lo sé, pero créeme que no lo recuerdo. Traté de decírtelo en el pasado, pero esa costumbre tuya de huir todo el tiempo interrumpía el curso de mis palabras hacia tus oídos. Casi te lo digo esa vez en que te lanzaste del muelle para alcanzar la gaviota que se robó tus palomitas de maíz; por poco y lo pronuncio el día en que quisiste atravesar la autopista con tus ojos cerrados o la noche en que aseguraste ser inmune al veneno para ratas. Lo siento, pero es que lo había querido decir tantas veces que terminó por convertirse es una maraña de ideas y de cosas ciertamente incomprensibles. Aún así, necesitaba que lo escucharas, que lo supieras. Tenía algunas dudas acerca del método para lograrlo y finalmente entendí que mis cuerdas vocales no eran las indicadas. Por eso, tomé el papel arrugado: un envoltorio de chocolatina o un recibo de supermercado – no estoy muy seguro – y dejé que las letras se unieran como espuma y que algunas de ellas explotaran como débiles burbujas de jabón en el piso de la ducha, hasta formar un cúmulo de palabras que tuvieran sentido para mí, y quizás para ti.


Todo estaba escrito sobre el papel arrugado, pero de él sólo quedan cenizas en el fondo de un bolsillo hecho cenizas.


Las palabras se han ido y tú has escapado una vez más.