miércoles, 30 de septiembre de 2009

Un intercambio premeditado

Una de ellas, frágil y sentada en la mecedora; la otra, aún más frágil y suspendida en el aire. Una frente a otra, vulnerables y ligeras las dos, empapadas por la luz amarillosa de una hora temprana del día. Se observaban detenidamente, creían descifrar su reflejo en un ser distinto, en una forma distinta, pero su reflejo a fin de cuentas. Era un momento cristalino que no hubiera soportado el peso de otro intruso – él era el único –.

Allí estaban las dos, autoras y protagonistas de una imagen espontánea, de un recuerdo indestructible. Parecían tejer un pacto, pero no existían las palabras. Tan sólo se miraban. El aroma y el color de la escena comenzaron a embriagarlo, una suerte de letargo se apoderó de él, pero sólo momentáneamente, porque lo que ocurrió a continuación fue como una punzada directa en el centro de su pecho, sus pupilas dilatadas lo presenciaron todo. Más tarde esto fue lo que explicó al resto de la familia: “Estoy seguro de que ellas no sabían que las observaba y quizás por eso se decidieron a hacerlo. Era un intercambio premeditado: la mariposa ocupó un lugar sobre el brazo de la silla, y parecía quererse mecer. Mientras tanto, la abuela se levantó y salió volando hasta posarse sobre su flor favorita.”

1 comentario:

verónicabas dijo...

Cuantas veces uno ha querido cambiar su lugar, hacer lo que hace el otro, puede ser una forma de evación ¿no?.

Yo tambien quisiera ser una mariposa, ellas vuelan!!!!

:)