viernes, 1 de enero de 2010

Insomnio

“La lucha constante contra el insomnio me hizo pensar en soluciones un tanto radicales. Primero quise cambiar de ojos, pero ¿qué tipo de ojos debía buscar? Se me ocurrió que los de un niño o los de un viejo serían los más adecuados; cualquiera de ellos se duerme fácilmente.
Tras innumerables esfuerzos, averiguaciones y tratos clandestinos, pude entonces conseguir unas perlas jóvenes que encajaron muy bien en mi rostro. Sin embargo, a través de esos ojos todo me pareció colorido, demasiado colorido, y no estaba dispuesto a cambiar unas horas de plácido sueño por la visión constante de un mundo policromo en exceso y nauseabundo en cierta medida. De tal manera, opté por la segunda alternativa: unos ojos de anciano. Sin duda alguna fueron más fáciles de conseguir, incluso la variedad era mayor; pero mi elección no fue la más adecuada. La capa vidriosa que los recubría apenas si dejaba atravesar la luz, sólo distinguía formas, ni un solo detalle. Tampoco estaba dispuesto a convivir con una leve ceguera que probablemente se iría acentuando de manera progresiva. Retorné a mis ojos primeros. Tan solo quería dormir.

”Luego pensé en cambiar de lecho. Creí que yacer desnudo sobre enormes hojas de plantas verdes y rojas sería una invitación a las deidades del sueño, no fue así. Me acosté sobre arena, sobre suelos húmedos y tibios, sobre superficies acolchadas de todo tipo, sobre piel; nada funcionó.

”También intenté aliarme con el cansancio, suponía que una mente y un cuerpo exhaustos recibirían al sueño como a un hijo pródigo. Así, ocupaba días y noches enteras en rutinas agotadoras y sudorosas, en escribir cientos de palabras sin sentido sobre los espacios vacíos del periódico, en hablar con mi sombra y cantarle canciones que yo mismo inventaba. Pero los resultados siempre eran los mismos: músculos extenuados, manos rígidas, cerebro palpitante, garganta seca y adolorida… sueño ausente. Tan sólo quería dormir.

”Intoxiqué mi cuerpo de diversas maneras, conocidas y ocultas, legales e ilegales, reconfortantes y desgarradoras, pero todas tenían en común la frustración que generaban como efecto secundario; en cuanto al primario, sólo importa que no era el sueño.

”Ansío, necesito la inconsciencia; pero se escurre entre mis dedos cuando creo palparla, cuando está tan cerca que puedo olerla, cuando aparentemente la he atrapado por la cintura para poseerla, para que me posea. No sé qué más hacer, este insomnio perenne del que soy víctima me está conduciendo a una segura pérdida de la cordura, por eso recurro a ti.


” ¡Ayúdame! No dejes de observarme. Contempla el monstruo en el que me has convertido.”