martes, 15 de junio de 2010

Impresiones de una visita a las olas

- A la manera de las Mil y Una Noches -


Luego le respondió: Es cierto que hoy salió el sol, fue un nuevo día y se supone que todo seguirá. Pero insisto en que hoy, como ocurre también todos los días, llegó la oscuridad, el sol está muerto por un tiempo y muchas cosas no seguirán porque necesitan, deben o simplemente tienen que desaparecer. Esto fue lo que ocurrió con ella:

Fenómenos meteorológicos
Aquella vez llovió arena como nunca había ocurrido; terminamos empapados, cubiertos de partículas doradas que también inhalamos para mojar nuestros pulmones y transportar la humedad por los caminos que recorren el interior de nuestros cuerpos.

Mojados por culpa de nuestra terquedad. Yo insistí en llevar protección pero su respuesta fue un no rotundo, redondo y contundente. “Tranquilo”, me dijo, “te conduzco a un paraíso que difícilmente olvidarás. Sé que hay pronósticos de lluvia, pero no hay de qué preocuparse: estoy a tu lado”. Me rendí ante estas palabras.

Todo marchaba bien a lo largo del camino pero los nubarrones ocres que empezaban a tragarse el firmamento dictaban la inminencia de la tormenta. Las primeras gotas de arena golpearon mi mano y la suya – que en ese momento formaban una sola –; las siguientes, mi hombro y su mejilla, mi espalda y su cabello. Luego se precipitaron sobre el resto de nuestra humanidad y lo que nos rodeaba.

La lluvia fue intensa, pero cesó no mucho después. Al final, terminamos mojados por la arena… y sepultados en la arena. Tan solo nuestros rostros quedaron descubiertos. Permanecimos luego en silencio, mientras observábamos un nuevo cielo de tonos azules y verdosos, tan cristalino que alcancé a preguntarme si ese era el paraíso del que ella me había estado hablando.


Tras escuchar la historia, el tercer amigo prosiguió: En cierto modo entiendo lo que dices, quizás en la separación encontraron un alivio. Muchas veces las distancias son un simulacro del olvido y la resignación de las almas débiles puede ser su principal instrumento de supervivencia. Lo que voy a contarles ocurrió hace poco, muy cerca de este lugar:

Mensajes ocultos
Se aferraba a la baranda de la embarcación y dirigía su mirada cancerosa hacia el fondo del mar. Se le notaba débil, con cierto aire de moribunda, pero también firme y vertical, a pesar del vaivén de las olas. Estaba impresionado porque momentos antes me observaba a mí, y la oscuridad de sus ojos, de sus concavidades, parecía extenderse por todo el rostro.

Posiblemente me suplicaba algo, quería transmitirme un mensaje oculto y específico, encriptado en ese dolor retenido, en la desidia que manifestaba ante su mundo, pero no me atrevía a interpretarlo.

Recuerdo cómo el viento maltrataba sus ropas holgadas, cómo desordenaba su pelo de por sí enmarañado, y ella, estática, seguía mirando el fondo del mar.

Notaba que su cuerpo era consumido por algún demonio o por algún virus, y que su avanzada edad no le permitiría soportarlo por mucho tiempo, pero quizás ese tiempo comenzaba a extenderse demasiado.

Me acerqué a ella, traté de dirigir la mirada hacia el mismo punto al que ella la dirigía; pero no vi nada distinto a algunos corales y figuras borrosas de peces. Quería preguntarle algo, decirle lo que fuera, adentrarme en su mente y ser poseído por sus pensamientos, pero lo único que pude hacer fue sentarme tras ella. Giró su torso y una vez más me observó, y luego al mar y luego a mí y luego al mar y luego a mí. Finalmente se sentó a mi lado y dijo tras un largo suspiro: “aún se niega a raptarme”. Cerró sus ojos y durmió el resto del trayecto, convirtiéndose en una macilenta figura atravesada por el horizonte.


El primero de los amigos se levantó y abandonó el lugar, molesto y decepcionado. Los otros dos, absortos momentáneamente por el rumor de las olas, se dieron cuenta de que comenzaba a amanecer. También se marcharon, arrastrando bajo sus pies desnudos arenas de diluvios pasados.