sábado, 13 de junio de 2009

Lo que callaron a la hora del almuerzo

Él
Hoy fue un día memorable, pero la verdad es que me gustaría olvidarlo. Te veías más inalcanzable que el resto de las veces, que todas las veces, que siempre. Una vez más, fui el silencioso espectador de algo que me niego a creer. Me niego rotundamente a hacerlo porque lo que se ofrecía a mis ojos no es lo que veo cuando los cierro, no es la imagen que esconden mis párpados, la situación ideal en la que te tengo.

Me dolía mirarte de lejos, quizás tanto menos que cuando lo hago de cerca. Por eso buscaba estorbos benignos entre mi lugar en la mesa y el tuyo, obstáculos o gente que produjeran un eclipse total de ti, que se interpusieran a ese enfermizo deseo de querer contemplar tus pestañas.

No sé qué te propusiste al despertar esta mañana, pero te aseguro que me hiciste presa del ineludible magnetismo ejercido por los detalles que te componen, por esas diminutas partes que brillando de manera alternativa golpean mi mirada una y otra vez.

¿Qué tan fútil resultaba mi presencia para ti? Eso no lo sé, aunque sospecho la terrible respuesta. Formularme esta pregunta es una especie de autoflagelación, una manera de querer olvidarte, una manera de hacerme a la idea de que efectivamente ayer, hoy y mañana serán días memorables que al mismo tiempo querré olvidar… por tu culpa.

Ella
Esta carne sabe raro.